El día del atentado en las Ramblas quise voluntariamente
alejarme de las redes sociales. En la misma red Twitter
dije que después de un atentado “Twitter
se llena de comentarios de individuos que pretenden usar los atentados para
fortalecer sus doctrinas y prejuicios, relacionando cosas inconexas o culpando
a personas/sistemas de lo sucedido, sobre la sangre fresca de los muertos.
También aparecen otros para los que el dolor se convierte en inmunidad para
poder insultar y machacar a cualquiera subidos sobre una razón moral
autoasignada”.
No era sólo Twitter el problema, la cuestión es que ciertas
actitudes están arraigadas en la sociedad española. Desde hace casi dos décadas
los atentados terroristas en España se usan con fines políticos (si es que no
se usaban ya antes), y si juntamos eso con el estado actual de la prensa
española, transformada en un altavoz de frente de combate dedicada al
hundimiento de sus enemigos, no había que ser zahorí para darse cuenta que se
iban a aprovechar los atentados para el hundimiento del enemigo.
Y así fue. Como prueba, no hay más que leer el editorial
de EL PAÍS del día siguiente o esta viñeta
de Peridis en el mismo periódico, dedicada a los independentistas, o esta
columna de Lluis Bassets, en la que saca a colación lo que pomposamente les
ha dado por llamar “turismofobia”, para comprobar lo que digo. Intentar usar el
atentado terrorista para atacar a tus enemigos sigue siendo moralmente indigno,
por mucho que sea una situación ya arraigada en nuestro país. EL PAÍS no iba a desaprovechar
la ocasión para atacar el independentismo o la “turismofobia”, al igual que lo
harán con Colau en cuanto puedan, con Podemos, y si encontrasen el vehículo
acabarían haciéndolo con Maduro e incluso con Donald Trump.
Esto es algo extendido a toda la prensa española, y por
consiguiente también a la prensa independentista catalana. Con un día de retraso,
el periodista Suso de Toro, una especie de alter ego de Terch o Arcadi pero en
independentista, nos deleitaba con esta
joya en la que decía más o menos que los terroristas son aliados
coyunturales del estado español.
Yo no soy amigo de sobrerreacciones emotivas ni de
indignaciones sobreactuadas. La realidad es la que es, el ser humano está
permanentemente sometido a los intentos de manipulación por parte de grupos
organizados y desgraciadamente la muerte es parte de la realidad, no la congela
ni paraliza, y ésta se usa como cualquier otra cosa. Escandalizarse por eso
hasta el punto de situarte en un altar moral es algo un tanto infantil y
muestra cierta visión irreal del mundo que nos rodea y de los límites morales
de los seres humanos. De hecho, escandalizarse puede ser un intento de
manipulación en sí mismo.
La manipulación existe y el odio también. Los seres humanos
odian por muchas cuestiones, muchas ni siquiera dependen de uno mismo, son
cosas heredadas que no hemos cuestionado o se convierten en estructuras de odio
que nos envuelven desde que nacemos y que forman parte de nuestro mundo. Los
terroristas odian, por eso se les manipula, y nosotros también odiamos y esos
odios son un caballo de Troya en nuestro interior que nos convierte en
potenciales víctimas de determinados mensajes, que buscan la explosión de nuestra
emocionalidad para someternos a determinados intereses o ideas.
Cuento todo esto porque a pesar de mi alegato inicial en Twitter, hice una pequeña incursión en esa red social para defender a un
usuario que creo que estaba siendo injustamente atacado. Este usuario estaba defendiendo básicamente lo mismo que yo aquí, que el editorial de ELPAIS era
impresentable, pero se le ocurrió criticar también a los tuiteros
independentistas catalanes que hablaban de la conexión del atentado con las “cloacas del estado”. A su interlocutor,
persona a la que respeto intelectualmente, esto le parecía una asquerosa
posición de equidistancia.
El argumento era más o menos este: Los “catalanes” habían
sido atacados por los terroristas, y luego ELPAIS se dedicaba a instrumentalizar
el atentado. Eso era tan terrible que ya estaba justificado todo, desde la
paranoia de los independentistas hasta el victimismo en general pasando por
cierta obligación de hacerse independentista, ante las muestras de
catalanofobia y odio. No entender que había un agredido (los “catalanes”) y un
agresor (los medios “españoles”), y no ponerse del lado de la víctima
justificando todo lo que hacía y comprando sus argumentos, te convertía
directamente en un “equidistante” que participaba a modo de colaboracionista en
el odio hacia Cataluña.
Al defender al tuitero yo pasé a ser también un equidistante
que justificaba el odio a Cataluña, no, más aún, que colaboraba con él, que lo
promocionaba, aunque se me concedió indulgentemente que lo hacía por ignorancia
y por dureza de mollera. Obviamente defendí que eso era un disparate, que era
un “o conmigo o contra mí” de libro,
que acababa convirtiendo las indignidades en graves o justificables en función
de la potencia del altavoz con las que se emiten, que esto no era más que
dejarse llevar por la viejísima política del odio y los agravios. Todo en vano,
ya estaba decidido quienes eran las víctimas (los “catalanes”) y quienes eran
los malos (quienes no aceptasen las motivaciones independentistas, activa o
pasivamente), y la conversación perdió cualquier viso de racionalidad y pasó a
ser un enroque en posiciones de rabia justificadas con vivencias personales,
muchas de ellas absolutamente inconexas con el caso pero que mágicamente compactaban
el argumento emocional. Cuando hablan los sentimientos el cajón desastre es
infinito.
Un ejercicio muy fácil para ver si se está siendo injusto o
irracional con algo es plantear el mismo escenario cambiando los actores. Me
imaginé un atentado en Madrid o en Sevilla y un editorial del diario Ara o El
Nacional insinuando que esto había pasado porque el gobierno tiene a la policía
pendiente de Cataluña en vez de tenerla trabajando contra el terrorismo.
¿Hubiese sido un acto de odio nacional irresoluble, algo que debiese hacer
cambiar mi posición ante un conflicto político? Obviamente no, es disparatado,
tanto que eso justifique un cambio de posicionamiento interno como la extensión
de un editorial a casus belli, y
mucho menos convertir a los “catalanes” en agresores de no sé quién.
Muchas veces pienso que una de las claves para una política
sensata es cómo nos enfrentamos al odio, interno y externo, que tiene
aproximaciones distintas. Lo del odio interno ya lo he explicado, creo que
debemos ser conscientes que todos tenemos la semilla del odio dentro al haber
nacido en una sociedad donde el odio existe. El odio es una degeneración de la
emoción, que la proyecta en negativo sobre otro u otros, que justifica la
frustración encontrando un chivo expiatorio al que cargar nuestras
incapacidades. Es algo inherentemente destructivo que se apodera de uno.
En cambio, el odio externo, el de los demás, creo que no debe
ser enfocado de la misma manera. El odio tiene causas, las personas y parte de
las sociedades odian por determinados motivos y hay que enfrentar y analizar
esos motivos, hay que intentar entender estos motivos, porque solo así podremos
vislumbrar una solución. El odio al odio es odio, verlo así no es más que
echarle fuego a una rueda que no acaba jamás. Hay que enfrentar porqué hay
gente que odia a los inmigrantes, que odia a “España”, que odia a occidente, a
la izquierda o la derecha, a los empresarios o a los sindicatos, y hay que
intentar entender el odio sin comprenderlo, sólo así se puede llegar a conocer
la sociedad en la que se vive. Tratando como enfermos o idiotas a quienes
sienten eso, o bien militando en ese odio, no se consigue nada perdurable.
Recuerdo a Azaña escribir en sus diarios, en plena guerra
civil, que él sentía desprecio por muchas cosas idiosincráticas a la España de
la época, como su atraso, su fanatismo y su violencia, pero que eso no le
llevaba a rechazar ni a separarse del país, al contrario, que eso fortalecía
sus ganas de cambiarlo. La frase de Azaña es plenamente vigente en la era de
Twitter, porque basta con entrar un rato en la red social en días como esto
para que te invada el sentimiento de que no vale la pena luchar por nada y que
los problemas sociales son irresolubles. Pero no lo son, nunca lo han sido, de
hecho han sido los hombres que no se han dejado embargar por este sentimiento
quienes han conseguido que desde la sociedad violenta y analfabeta hayamos
llegado a esta sociedad, que será decepcionante, pero que ha avanzado mucho
respecto a esa.